Cine y Censura

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La sala, a oscuras. En la pantalla, una cueva, un niño entre los sudores de un día caluroso y el nacimiento de su sexualidad. Un joven se lava frente a él, desnudo, mostrando sus atributos ante la cámara. El espectador mira, con la raíz más potente del séptimo arte, la del voyeur. Se escuchan aquí y allá, entre las filas de butacas, risitas, gruñidos e interjecciones propias de una plañidera, ante el pene que sin recelo, se muestra en la pantalla.

Ésta, podría ser una escena típica en cines entre los últimos años de Franco y la transición, o de cualquier sala del mundo según la rigidez de la política de su país. Pero no, esto es lo que presencié durante un pase de la última película de Pedro Almodóvar, Dolor y Gloria, en unos multicines.

La sociedad, la cual indudablemente avanza hacia un “mundo mejor”, parece, aún hoy, más desnaturalizada ante la violencia y el morbo metido a presión en los medios de comunicación, que ante la propia anatomía humana. La corrección política (ambiguo término, ya que aunque poco integrados en la política, los ciudadanos podemos ocupar el lugar del censor decidiendo lo que es correcto o no), se va adueñando poco a poco de cualquier tipo de idea o arte.

Aunque nos escandalicemos por esto o aquello, no somos nosotros los que decidimos qué se puede ver o no. Ahí es donde entra en juego el poder (sea en un estado democrático o fascista) y la figura del censor, imponiendo que es “apto” de ver según el agrado ideológico y discursivo del estado.

Almodóvar, mecha y mechero en el cine “punk” que se comenzó a hacer en nuestro país tras la muerte del dictador, no llegó a ser censurado aquí. Sin embargo, sí lo fue en los Estados Unidos. En el año 1990, su film ¡Átame! recibió la calificación X, desterrándolo a menos salas y proyección. El director manchego hizo su propia calificación a sus censores americanos tildándolos de “fascistas”.

Aunque recibir la temida X en los USA, puede ser de primeras signo de desastre, el “morbo” de los espectadores de presenciar un producto con temas que aludan directamente a los más bajos instintos, puede convertir al film en una obra de culto. El clásico de los 60 Cowboy de medianoche (1969), calificada como “pornográfica”, ganó el Oscar a mejor película.

Junto a Pedro Almodóvar, el otro gran cineasta español reconocido a nivel mundial, fue una de las mayores víctimas de la censura.

Luis Buñuel, genio y autoritario a partes iguales, tuvo que lidiar con la prohibición tanto en nuestro país, como en otros lugares donde han llegado sus films.

Leemos al final de la producción extremeña de este año, Buñuel en el laberinto de las tortugas, que el gobierno de la República censuró el documental del cineasta aragonés las Hurdes: tierra sin pan (1932). La película de animación (que a su vez se basa en el cómic del mismo nombre del dibujante Fermín Solís), muestra el viaje de Luis Buñuel  filmando la pobreza y las condiciones adversas a las que estaba sometido el pueblo hurdano. El poder de las imágenes provocó la inquietud del gobierno de derechas, que entonces gobernaba. Por ello, decidieron prohibirla por la imagen que pudiera dar al exterior.

Algunas escenas de Tierra sin pan también fueron eliminadas del montaje en Francia y Gran Bretaña. Un perro andaluz (1929), La edad de oro (1930) o Belle de Jour (1967) también sufrieron tijeretazo; De la última no se pudieron recuperar los planos cortados.

Pero el encontronazo de Buñuel con la censura más memorable, se produce con su película del año 1961 Viridiana. En ella, una novicia llamada Viridiana (Silvia Pinal), visita a su tío Don Jaime (Fernando Rey), el cual intenta violarla viéndole parecido con su difunta esposa.

El guión pasó los férreos controles del franquismo, al venderlo como una historia clásica. Pero una vez más, el director boxeó con las imágenes añadiendo elementos religiosos de una manera tan punzante, que se la tachó de anticlerical. El rollo del film consiguió llegar clandestinamente al festival de Cannes la noche antes de su proyección. Así fue como Viridiana se convirtió en la primera y última película española en ganar la palma de oro en Cannes (ex aequo con una larga ausencia, de Henry Colpi). Buñuel se encontraba enfermo en París, por lo que subió a recoger el premio Muñoz Fontán, director general  de cine; Al día siguiente fue destituido por Franco. Atacada duramente por la iglesia, el séquito del Caudillo no la quisieron considerar ni tan siquiera como española. Poco después, México adoptó los negativos del film para desterrarla del olvido.

Después del suicidio de su Tío Don Jaime, la ya ex-novicia Viridiana se queda al cargo de la mansión de su pariente. Con sus creencias cristianas, acoge en la casa a unos vagabundos. En una de las escenas, estos maltrechos y sucios sin techo, preparan una cena de manera provocativa. Alrededor de la mesa, Buñuel evoca a la última cena, colocando a los mendigos como si en el cuadro de da Vinci se hallarán.

Estos mendigos son el niño y el joven del dolor y gloria de Almodóvar. Son Borat, el Cristo de Scorsese y los drugos de la naranja mecánica. Son la rebelión contra lo impuesto, la provocación.

Pero esa, es otra historia.

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