Nouvelle Vague. La Resistencia en contra de la dictadura de los grandes estudios

(PUBLICADO EN CUERVO 8, RESISTENCIA)

NOUVELLE VAGUE  texto nasserium tremmens

La Resistencia en contra de la dictadura de los grandes estudios

La Nouvelle Vague es una corriente cinematográfica que nace a la sombra de una revista llamada Cahiers du cinéma (cuadernos de cine), fundada en 1951 por André Bazin. Esta publicación reclutó en su origen a los miembros de dos famosos cine-clubes parisinos (¿saben los jóvenes presentes lo que son los cine-clubes?): el “Objectif 49” y el “Ciné-Club du Quartier Latin”. Entre ellos se encontraban nombres tan ínclitos como Jean Pierre Melville, François Truffaut, Jean-Luc Godard, Jacques Rivette, Éric Rohmer o Claude Chabrol. Durante la década de los 50s, además de ejercer de críticos y articulistas en la revista, muchos de ellos empezaron a colaborar como guionistas y colaboradores en filmes de distinto calado.

En 1959, la situación política francesa era más impredecible que un epiléptico cruzando un campo minado, y de Gaulle toma las riendas del país (sí, otra vez) nombrando a André Malraux como ministro de cultura. Éste, a su vez, vuelca su apoyo en la élite diletante de la publicación mencionada y gracias a ello ven la luz las obras que se aceptan como el germen inicial de la Nouvelle Vague: Hiroshima mon amour (Alain Resnais, 1959), Los 400 golpes (Truffaut, 1959) y Al final de la escapada (Jean-Luc Godard, 1960) entre otras.

Truffaut

Hay que remarcar que por aquel entonces no existía lo que hoy conocemos como “Cine de Autor”. Las películas se entendían como creaciones de un estudio, no de un director o directora. Partiendo de esto, el estilo personal y experimental que caracterizaba a las películas de la Nouvelle Vague era algo inédito para la época, y pretendía dejar atrás la vieja y anquilosada corriente imperante del “Cinéma de Qualité”. Pero los estudios no eran únicamente entes abstractos que firmaban las películas, si no que dictaban con mano de hierro lo que se podía o no se podía lanzar al mercado. El fundamento de su poder residía en el dinero, dado que nadie podía permitirse el coste del personal y el aparataje necesarios para producir una película. Así, si un director quería desarrollar cierta erótica poco común, quería matar a su protagonista, usaba la voz en off de un modo poco ortodoxo o en general, se salía del camino marcado, su obra nunca llegaba a ver la luz.

Entonces, ¿cómo se explica que estos creadores con tan pocos recursos lograran crear un hito en la historia del séptimo arte? ¿Cómo consiguieron llevar a buen puerto sus películas sin el respaldo y los medios de los estudio? La respuesta está en la tecnología. En los 50s proliferó el mercado de las cámaras de vídeo domésticas (de 8 y 16mm). Esto permitía comenzar a rodar sin necesidad de alquilar una de sus predecesoras: las pesadas y caras cámaras estilo Mitchell. Para que os hagáis una idea, el manejo de estas cámaras era tan complicado que llegaba a necesitar grúas y varios operadores para tomas que hoy en día nos parecerían de lo más sencillo.

Con la llegada de las nuevas cámaras las lentes se perfeccionaron. Salen al mercado desde grandes angulares de 12,5 mm hasta teleobjetivos de 500mm, ¡una locura para la época! También se inventa el “objetivo focal variable”, que posteriormente pasó a llamarse simplemente zoom.

Godard

Otra importante variable en la ecuación fueron unas emulsiones para el celuloide más sensibles y rápidas que permitían rodar en interior sin necesidad de iluminación profesional, reduciendo además el tiempo de positivado.

Combinando todo esto con la grabación de audio directa, tenemos como resultado tomas muy naturalistas, en las que la cámara puede seguir a los actores y éstos no tienen que posar ni preocuparse tanto por la iluminación, lo que cambia por completo el paradigma interpretativo.

Por resumir, si la pintura de tubo sacó a los artistas de sus talleres permitiéndoles pintar al natural, el advenimiento tecnológico de los 50s permitió a los cineastas hacer con su arte exactamente lo mismo. ¡Habemus cine de bajo presupuesto!

El otro gran factor determinante en el triunfo de la Nouvelle Vague fue el público. Se calcula que a finales de los 50s, el 75% de los espectadores de las salas de cine tenía menos de 25 años, y las personas de ese rango de edad estaban cansadas de ese “Cinéma de Qualité” tan académico que les resultaba anticuado y más propio de su generación predecesora.

Si en el CuervoZine 4 os hablé de los trucos de bajo presupuesto que utilizó Sam Raimi durante el rodaje de “Evil Dead” y que luego heredarían los hermanos Cohen, los integrantes de la Nouvelle Vague tampoco se quedaban atrás a la hora de usar la imaginación en pos del ahorro.

Por poner un ejemplo, Godard rodó gran parte de su frenética “Al Final de la Escapada” (1960) paseando a su operador de cámara en una silla de ruedas (y es que la Steadicam no se inventaría hasta 1976).

¿Qué ocurría mientras en EE.UU? Pues la llegada de la televisión a los hogares americanos estaba dañando seriamente a una industria cinematográfica que se afanaba por distinguirse de su competidora doméstica. Siguiendo este intento, se desarrollaron nuevas tecnologías como el Cinerama, el CinemaScope, el Todd-ao, el VistaVision, los 70 milímetros, el sonido estéreo o el 3D. Aún así, estas costosas innovaciones no acababan de cuajar, y Hollywood estaba de capa caída. Para la revista Life esos años fueron “la década horrible de Hollywood” (Artículo “Amid Ruins of an Empire”, ejemplar del 10 junio de 1957 disponible en digital en la web). Para salir del atolladero, la industria echó un ojo a lo que ocurría en el viejo continente y empezó a desplazar la autoría de sus películas del estudio hacia los directores y directoras. No se puede decir que dicha influencia fuese exclusiva de la Nouvelle Vague. En Italia, el Neorealismo había llegado antes con autores como Roberto Rossellini o Luchino Visconti, pero el influjo francés fue innegable. De hecho, a este movimiento se le conoce como la “American New Wave” (traducido como “Nueva Ola Americana” ¡ja!) y es un maravilloso tema que me guardo para un futuro artículo. Cabe resaltar que las influencias son bidireccionales, dado que en Francia eran muy admirados directores americanos como Hitchcock, a quien a mediados de los sesenta entrevistaría François Truffaut dando origen al libro de cine más famoso del mundo: El cine según Hitchcock (1966).

Rohmer

Volviendo al tema que nos ocupa, reconozco que el cine de la Nouvelle Vague no siempre es fácil de ver. Tanta tecnología y libertad dio pie a mucha experimentación, lo cual propició un sin fin de productos de baja calidad y de cineastas cuyas carreras se limitaban a un único y nefasto film. Incluso los directores de más predicamento llegan a contar con algunos bodrios en su haber. No obstante, al ver una película como Al Final de la Escapada (1960) uno puede sorprenderse al ver que recursos que en su día le parecieron innovadores en las primeras películas de Guy Richie, Godard ya los utilizaba en aquella época.

Por terminar con una recomendación, si tuviera que elegir a un director de la Nouvelle Vague elegiría a Éric Rohmer, uno de los más desconocidos. A diferencia de sus colegas, Rohmer no necesita de verborrea estilística ni otros manierismos.

Él se centra en el texto. Sus películas son muy teatrales y hablan de personas, relaciones y sentimientos. Aunque a veces sus personajes llegan a ser de lo más cínico, consigue que empatices con ellos rápidamente porque son ELLOS los que te cuentan SU historia, incluso usando (vale.. y a veces abusando) la voz en off para que no te pierdas su hilo de pensamiento. Al dejar de lado toda pompa y boato y centrarse en los diálogos, la mayoría de sus escenas transcurren en plano fijo y sin banda sonora, lo cual echa para atrás a gran parte del público actual que acude a las salas de cine ávido de estímulos que le sobrecojan. Los estímulos de Rohmer se presentan normalmente en forma de dilemas morales. Nada de grandes tragedias, nada de drama; dilemas de andar por casa, a los que cualquiera puede haber tenido que enfrentarse a lo largo de su vida. Para trazar el paralelismo con cine más actual, algunas películas que son herederas claras de Rohmer pueden ser las de la trilogía Antes del amanecer/atardecer/anochecer (1995/2004/2013, Richard Linklater), Dreamers (Bernardo Bertolucci, 2003) o Sólo los Amantes Sobreviven (Jim Jarmusch, 2013). Si no habéis visto nada de Rohmer y sentís curiosidad al respecto, en Filmin tienen una buena colección de entre las que os recomiendo: Mi Noche con Maud (1968), El Amor Después del Mediodía (1972) y La Coleccionista (1967). ¡Espero los comentarios de aquellos que le déis una oportunidad!

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