Podría haber comprado Lo que más me gusta son los monstruos solo por el título. No fue así, pero casi: me lo encontré en una librería, abrí alguna de sus páginas y vi las ilustraciones. El cómic también tenía una de esas pegatinas en la portada: “La novela gráfica de la década. Premiada con dos Ignatz y tres Eisner”. Normalmente esos reclamos me hacen desconfiar, pero en este caso me daba igual, el título me había convencido y me parecía suficiente aval para tener claro que me iba a gustar lo que había allí dentro. Aunque no sabía cuánto. A pagar a la caja y para casa.
Si estáis pensando que tampoco es que sea un título extraordinario tenéis razón, pero en este caso me llamó la atención porque se acercaba bastante a algo que podría haber salido de mi boca. No diría que lo que más me gusta son los monstruos, pero sí que que me gustan (y mucho) los monstruos.
Siempre me ha gustado la ficción literaria y cinematográfica “monstruosa”. En ocasiones no tanto por las historias sino por la fascinación y el “atractivo” de los monstruos que en ellas salían. Puedo disfrutar de una película regular con un buen monstruo. Incluso puedo pasármelo bien viendo malas películas de monstruos, si estos son los suficientemente cutres (véase por ejemplo “Castores Zombis”).
En los últimos había ido un poco más allá con el asunto leyendo algún libro que reflexiona sobre el concepto de monstruo y sus diversas representaciones y morfologías en distintas culturas y lugares. Ambas cosas, ficción clásica con monstruos y reflexión sobre lo que representan y reflejan, hay en el cómic de Emil Ferris. “Una historia de suspense sobre monstruos reales e imaginarios. Una novela gráfica que ya es un clásico moderno”, se dice en una de las tapas del libro. En las dos cosas tiene razón. Seguimos con lo que pone en la contraportada del cómic:
Os presentamos a Karen Reyes, una peculiar niña de diez años que viven en la oscura Chicago de finales de los sesenta, lleva un diario donde refleja su pasión por la iconografía de terror y nos explica su mayor interés: investigar el asesinato de la vecina del piso de arriba, Anka Silverberg, superviviente del holocausto.
Como lector este párrafo anterior no me generaba un especial interés por el libro (¿otra vez nazis?), pero es que la historia acabó resultándome un elemento secundario del cómic. Hay tanto a nivel de contenido, gráfico y a nivel dramático en sus más de 300 y pico páginas, que Lo que más me gustan son los monstruos resulta un viaje alucinante, asombroso y apabullante que desborda el proceso de lectura tradicional.
Estaba tan embaucado que cuando llevaba un cuarto del cómic me fui a Google a buscar explicaciones. Quería saber quién había sido capaz de hacer eso y entender mejor de qué universo surgía todo aquello que estaba viendo. Lo que encontré me obliga a abrir un episodio aparte titulado Una serie de catastróficas desdichas mezclado con Cuentos asombrosos:
- Lo que más me gusta son los monstruos es el primer libro de su autora, tiene cierta carga autobiográfica y fue publicado cuando tenía más de 55 años. Emil Ferris anteriormente se dedicaba al diseño de juguetes y a la ilustración médica.
- Con 40 años contrae una enfermedad llamada el Virus del Nilo Occidental por la picadura de un mosquito que la deja con su tren inferior y su mano derecha paralizados. Soltera y con una hija a su cuidado, tiene que dejar de trabajar y se empieza a formar en escritura creativa en el Instituto de Arte de Chicago.
- Desde 2010 tardó seis años en completar las 700 páginas del cómic a razón de una página cada dos días, utilizando principalmente bolis Bic y con jornadas de trabajo de 16 horas. El dibujo la ayudó a recuperar gran parte de la movilidad de la mano aunque no completamente.
- A mitad del proceso de trabajo su editor le dice que el cómic era demasiado grande (finalmente se lanzaría en dos partes) y que no podía publicarlo adecuadamente. Ferris recibe 48 rechazos de sus 50 propuestas a nuevos editores hasta que Fantagraphics Book decide recogerlo.
- Las 10000 copias de la tirada se mandan a imprimir a China para ahorrar costes y el barco que las llevaba a Estados Unidos es incautado en el Canal de Panamá debido a la quiebra de la empresa de carga. Como las decepciones de Aliexpress pero a lo grande. Un mes después el gobierno lo libera y llega a su destino.
- En noviembre de 2016 Ferris tiene que hacer una campaña de crowdfunding para publicar el segundo volumen y comprarse un ordenador nuevo para poder seguir trabajando.
Pasadas todas estas peripecias, los monstruos de su libro vinieron nuevamente al rescate de Emil Ferris, convirtiéndose en una autora de referencia con un único cómic publicado y con la admiración reconocida de prestigiosos nombres de la profesión. Y decimos “nuevamente al rescate” porque en sus entrevistas la autora reconoce que ya fueron su salvación durante una complicada infancia. Como la de Kareen Reyes, la protagonista de la historia.
En cuanto al contenido del cómic hay monstruos clásicos, pulp, serie B y homenajes a las revistas clásicas del género. Hay gente que quiere ser un monstruo sin serlo y otras que lo son sin saberlo o sin importarles. Hay obras de arte y pintura. Hay cine negro y bajos fondos, historias truculentas y pasados turbios y oscuros. También nazis, claro. Hay dramas familiares y personales, marginalidad y exclusión social, corrupción, racismo y bullying por razones de orientación sexual. Hay tiempo para el suspense, la contemplación, la acción y la reflexión. Y hay una segunda parte ya publicada en inglés, pero aún no en castellano.
Una de las cosas más extraordinarias del libro es el valor de cada una de sus páginas por sí mismas (recordad, dos días para hacerlas). Los escaso límites y viñetas y la dispersión de los textos y las ilustraciones por toda la página liberan la lectura como el que revisa un mapa y va a un lado y a otro, arriba y abajo, buscando lo que no ha visto o revisando el lugar por el que ya ha pasado en busca del detalle que se le ha escapado. No hay una invitación a pasar a la siguiente página sino más bien a quedarse contemplándolas un rato más, mirando los detalles del dibujo, por si aparece algo oculto entre las sombras.
Y por si todo eso no fuera suficiente, llegamos a las ilustraciones. Dos datos. Prácticamente todo está hecho con boli Bic (menos los textos a rotulador) y lo más sorprendente de todo, en el dibujo lo único que hay son líneas. Como el puntillismo de un cuadro de Seurat que observa la protagonista en una de sus visitas al museo de Chicago, pero solo a base de trazos. Las formas, las figuras, los espacios y los monstruos surgen de la acumulación de cientos y miles de líneas trazadas por un boli Bic. Como ejercicio de virtuosismo técnico ya valdría en sí mismo la pena, pero lo mejor es que esa complejidad gráfica está completamente al servicio de las sensaciones que la autora quiere transmitir en cada uno de sus dibujos y en cada una de sus páginas. La angustia, la delicadeza, la oscuridad, la belleza y la fealdad, la brutalidad, el miedo, el desconcierto y la tensión surgen de la disposición de las líneas: de su separación o proximidad, de la cantidad y brusquedad de sus cruces, de la presión del trazo y de su anchura, de la suavidad con la que desaparezcan, de su dibujo recto o sinuoso, de su longitud o de su color. Llega a ser hipnótico porque te descubres a ti mismo interrumpiendo la lectura para estar un rato fijándote únicamente en la disposición de las líneas en determinadas partes del dibujo hasta que vuelves en sí y decides pasar a la siguiente página.
En la contraportada del libro, en una de esas frases promocionales extraídas de la prensa que se utilizan como reclamo pone: un libro monstruoso en todos los sentidos. Una frase tan previsible como cierta. Quizá perfecta para definir el cómic y la sensación de placentero apabullamiento que provoca su “lectura”.
P.D.: Ya se han comprado los derechos para la adaptación audiovisual y se dice que Sam Mendes está detrás del proyecto.