Hace unos tres años paseando por Valladolid me llamaron la atención unas impactantes imágenes que colgaban de banderolas por toda la ciudad anunciando la muestra fotográfica de un autor absolutamente desconocido para mí. Me pareció extraño de entrada porque aquella sala solía acoger exposiciones de fotógrafos de renombre internacional y Mike Brodie, que así se llamaba el responsable de aquellas fotos, aparentemente no encajaba en ese perfil. Esto fue motivo más que suficiente para que surgiera en mí la necesidad de saber más acerca de esas imágenes y su misterioso autor. Nada más entrar, una pequeña biografía impresa sobre la pared blanca excitó aún más mi curiosidad y lo que vi después me sedujo inmediatamente, tanto por la fuerza y la calidad de su obra como por lo inesperado de aquel descubrimiento.
Mike Brodie subió como polizón a un tren de mercancías por primera vez en 2003 alejándose de un hogar y una infancia complicadas. Contaba con apenas dieciocho años y una cámara Polaroid SX-70 que un amigo suyo le había regalado tras “encontrarla” en el asiento trasero de un coche, con ella realizó un ingente número de fotografías, hasta que Polaroid dejó de fabricar la película Time-Zero. De ese primer material, en su mayoría retratos de sus compañeros de vías, vagones y casas okupas, se seleccionaron las obras publicadas en “Tones of Dirt and Bone” (2014), el que paradójicamente fue su segundo libro. En 2006 obligado a cambiar de cámara, compró una Nikon F3 por 150 dólares y el “nuevo” formato de 35mm cambió también su forma de fotografiar. Ya no se limitó a los retratos más o menos estáticos de su primera época sino que comenzó a mostrar las acciones, paisajes en incluso la velocidad que acompañaba a esos rostros en continuo tránsito. Estas fotos fueron recogidas en su primer libro, publicado en 2012, “A Period of Juvenile Prosperity” que fue inmediatamente recibido con grandes halagos por la crítica especializada y reputados fotógrafos.
Pero antes de todo este reconocimiento, cuando su existencia consistía fundamentalmente en buscarse la vida saltando de convoy en convoy a lo largo y ancho de EE.UU., Brodie ya había tenido tiempo de granjearse -y renunciar a él- un prestigio fotográfico en Internet bajo el pseudónimo de Polaroid Kidd, porque de tanto en tanto revelaba sus carretes en fotolaboratorios de 24 horas, los escaneaba y los subía a la Red. Cuando esa fama inesperada le alcanzó decidió desaparecer de las redes y borrar sus fotos ya que temía comprometer ante las autoridades a sus compañeros de andanzas al mostrar abiertamente sus vidas al margen de las convenciones establecidas y a veces de la legalidad. Sin embargo, algún tiempo antes había conocido al editor Paul Schiek que supo ver el talento que tenía delante desde el primer momento y le convenció, no sin esfuerzo, de que su obra podía y debía ser publicada y expuesta.
Las fotos de Mike Brodie desprenden una gran espontaneidad y fuerza vital pero al mismo tiempo recogen perspectivas y encuadres extremadamente precisos y originales, impropios de un joven absolutamente autodidacta y con un equipo con evidentes limitaciones técnicas; aunque quizá la clave de la gran calidad estética de su obra resida en la libertad que le confirió esa ausencia casi total de referencias. No obstante sí podemos encontrar al observar sus imágenes rastros de la inmediatez de Robert Frank, de la capacidad de mostrar lo menos evidente de William Eggleston, del gusto al retratar la marginalidad de Diane Arbus o de la valentía para sacar a la luz la intimidad más cruda de Nan Goldin. Otra referencia imposible de obviar al mirar sus fotografías nos conduce a la novela “En el Camino” pero el propio Brodie confiesa que, aunque le halaga la comparación, no es un gran lector y no la conoce. Esta afirmación que en otro caso podría resultar sospechosa en este incluso aumenta el valor documental de su obra que, igual que hizo Kerouac más de cincuenta años antes, nos muestra el reverso del sueño americano, otra forma de libertad en la que el dinero es secundario y lo que cuenta es la aventura. Da lo mismo que sean jóvenes beatniks obsesionados con el jazz que adolescentes punkies en busca de un destino que les es esquivo en los albores del siglo XXI.
2008 Mike Brodie ganó el premio “Baum” para fotógrafos emergentes dotado con 10.000$, que entregó a su madre, y cuando parecía que su carrera como fotógrafo de prestigio mundial despegaba él decidió parar, bajarse del tren, abandonar la fotografía y estudiar mecánica. Con la misma naturalidad que había empezado a fotografiar el mundo errante que se movía delante de sus ojos dejó de hacerlo y encaminó sus pasos hacia otra vida. Afortunadamente en ese momento ya había quien apostaba por darle la necesaria visibilidad a parte de esas 7.000 fotos tomadas en apenas cinco años, a lo largo de los 50.000 km, que recorrió a bordo de trenes, remolques, camionetas y toda suerte de vehículos a los que conseguía encaramarse para seguir adelante. Desde el momento en que vi esa exposición no deja de fascinarme la idea de que haya un treintañero mecánico de motores diésel en Oakland cuya obra artística y sus libros se venden y exponen por todo el mundo sin que a él le preocupe demasiado.