La Favorita. Un film de época de lo más actual

La Favorita

En un panorama cinematográfico como el que nos ha tocado padecer, obsesionado con contentar a las grandes y uniformadas masas de audiencia, la pervivencia en el circuito mainstream de una figura como la del director Yargos Lanthimos resulta no sólo meritorio, sino incluso excepcional. Desconozco el cómo y el porqué unos filmes tan empeñados en romper con la norma y la convención lo han logrado, pero lo celebro.

También lo hace en su última película, “La favorita”, un drama histórico que se desmarca en un giro no tan dramático de esas desconcertantes ficciones especulativas a las que nos tenía acostumbrados. Por eso temí en un principio que su insolencia se hubiese plegado, en virtud de los laureles recibidos, a las exigencias más encorsetadas impuestas por las fórmulas comerciales. Afortunadamente no ha sido así.

Y es que mi aprecio por el trabajo de este director de origen griego, más saturnal que su compatriota y predecesor Angelopoulos, pero igualmente intransigente en su singular y personalísima visión del séptimo arte, se ha ido afirmando a partir de su obra “Canino”, una película que personalmente se me hizo de difícil digestión. Con su siguiente trabajo, “Langosta”, ingeniosa metafísica del absurdo que reivindicaba a Colin Farrell como actor de talento, me ganó para su causa, y con “El sacrificio de un ciervo sagrado”, otra vez sumergido en la metafísica pero en esta ocasión de lo macabro, lo cruel y lo violento, me rindió. En “La favorita” logra consolidar ese sentimiento, porque si bien este film no es tan transgresor como los antes mencionados, su factura resulta impecable y su dominio de la narración audiovisual, incuestionable, amén de la mala leche que se gasta el guión de Deborah Davis y Tony McNamara.

La Favorita
Tres actrices de armas tomar: Emma Stone, Olivia Colman y Rachel Weisz.

Lanthimos se muestra inusual desde el principio cuando, al abordar un tema tan manido como el de la corrupción en las altas esferas del poder, habitualmente reservado al testosterónico género masculino, delega su gestión en las manos de tres mujeres, tres papeles femeninos de envergadura interpretados excepcionalmente por tres actrices de enjundia. Olivia Colman en el papel de la enfermiza y apocada reina Ana, Rachel Weisz como su ayudante y protegida Lady Sarah y Emma Stone como la cándida Abigail. Entre ellas se establece un triángulo de intereses amorosos y ambiciones personales más o menos encubiertos, en el refinado ambiente palaciego de la Corte inglesa de principios del XVIII.

Una reina caprichosa que cría conejos, una favorita que actúa como regente y concubina, una adolescente mojigata y caída en desgracia y toda una cohorte de lameculos engolados conforman el elenco de este film de época que retoza descaradamente con la comedia para denostar y demostrar lo que ya sabemos, que la mayoría de esos que nos gobiernan son unos ineptos cuyo cometido linda entre lo sórdido y la ridiculez más histriónica.

La Favorita
He aquí un montón de cortesanos aduladores caracterizados por el más ridículo histrionismo.

Fiel a sí mismo, el griego impregna el conjunto de su personal misantropía, edulcorada más que nunca por medio de un humor cáustico, y decide enfocarlo desde una mirada actual. Es decir, irreverente, transgresora e impúdica, como demuestran sus diálogos mordaces, divertidos en ocasiones, en contraste con las maneras delicadas y protocolarias, los escenarios suntuosos o los espectaculares y efectistas planos angulares, entre los que uno espera ver aparecer de un momento a otro al encantador oportunista de Barry Lyndon. Recordarán a este desafortunado vividor, creación literaria de William Makepeace Thackeray trasladada a la gran pantalla por el genial Stanley Kubrick, que albergaba la descarada e inusual aspiración de ascender en la escala social para asegurarse un provenir no reservado a los de su clase. Pues Abigail, impelida por esa misma necesidad, se demuestra un sucedáneo más astuto y despierto cuando, aprovechando las enseñanzas de su prima, la calculadora y prepotente Lady Sarah, compite contra ella para ganarse el favor de la reina. Una reina tan poco pagada de sí misma que será presa voluble y permeable de los calculados, fingidos y esforzados encantos de ambas aspirantes. Porque si algo queda claro desde un principio en “la Favorita” es que en un mundo en el que se imponen las apariencias, lo primordial sigue siendo la supervivencia y una vez alcanzada ésta, la satisfacción de los placeres personales, sea cual sea la índole de éstos. Algo que Lanthimos nunca ha tenido el menor pudor en mostrarnos por realmente escabrosos, impíos e inmorales que resulten. Tampoco se ha mostrado parco en la representación de la violencia, bien dosificada y que tan sólo salpica la pantalla cuando la puntualidad lo exige.

La Favorita
Una muestra de lo bien que se lo pasaban en la Corte inglesa de principios del XVIII.

El sobrio pero embriagador esteticismo de “La Favorita” contrapunteado en lo dramático por las burdas maneras que paradójicamente ostentan los nobles aristócratas de la Corte, conforman una mezcla extraña pero al mismo tiempo deliciosa. Y aderezada con una acertadísima y exquisita banda sonora de aroma netamente clásico se convierte en un manjar no apto para intelectos perezosos. Vivaldi, Bach o Purcell confraternizan con los contemporáneos Olivier Messiaen y Anne Meredith, sin adentrase en extraños experimentos sonoros, como una producción cinematográfica de este tipo podría presuponer.

Al término de su visionado contemplamos un fresco tan clásico en su plasmación como contemporáneo en su concepción, que alterna entre la frialdad aséptica de la rutinaria vida palaciega y la calidez mórbida y concupiscente de sus desinhibidas, promiscuas intimidades nocturnas, que se desdibuja un poco en su último tramo, para redimirse con una imagen final tan contundente como perturbadora, sello de la casa. Se nota que Lanthimos no comulga ni con el poder ni con los poderosos, tampoco con las imposiciones dogmáticas ni mercantiles, y mucho menos con el público llamado mayoritario, adocenado y acrítico. Sin lugar a dudas, un cineasta al que no le van los favoritismos. Y eso, pienso yo, es digno y signo de admiración en los tiempos que corren.